La ansiedad es una emoción y, como toda emoción, es necesaria y tiene una función en nuestra vida.

La función de la ansiedad es hacernos estar alerta, estar preparados/as para lo que pueda ocurrir.

No tiene por qué tratarse de un estímulo o un evento amenazante, sino de cualquier aspecto que suponga un reto para nosotros/as. Puede ser un proyecto laboral muy importante, la época universitaria de exámenes o una problemática familiar en la que se requiere de nuestra ayuda. En todos esos casos, nuestro cuerpo necesita estar listo, tener sus recursos psicológicos y físicos a punto, para hacer frente a las demandas (tanto propias como del entorno).

Pese a que la ansiedad es necesaria para nuestra supervivencia, puede tornarse disfuncional y desadaptativa, fundamentalmente, en dos situaciones:

  • Cuando la emoción es excesivamente intensa y nos desborda. Es decir, cuando más que ayudarnos, nos dificulta. Por ejemplo, ese momento en plenos exámenes en el que la ansiedad se dispara y, en vez de hacernos ser productivos/as con el estudio, nos impide centrarnos en él.
  • Cuando la emoción se dispara pese a que, aparentemente, no hay ningún estímulo que “objetivamente” suponga una amenaza o reto. Por ejemplo, una persona que, repetidamente, experimenta síntomas de ansiedad cuando tiene reuniones de trabajo, pese a que conoce desde hace mucho tiempo a sus compañeros, tiene un buen clima laboral y nunca ha tenido vivencias desagradables en ese contexto.

¿CÓMO SABER SI LO QUE ESTOY SINTIENDO ES ANSIEDAD?

El primer paso para poder trabajar la ansiedad (y cualquier otra emoción) es saber identificarla. Nos movemos en un mundo de “bien” y “mal”. Tenemos un lenguaje emocional muy poquito desarrollado. Encontrarnos “bien” o “mal” no nos da, apenas, información. ¿Por qué? Porque debajo de cada uno de ellos pueden encontrarse infinidad de emociones y, por supuesto, no es lo mismo la tristeza, la rabia, la frustración, la desesperanza… o la ansiedad.

Aunque cada persona experimenta cada emoción a su manera, en general, todos/as vamos en la misma línea. En la imagen que verás más abajo, puedes encontrar los síntomas más característicos de la ansiedad. Puede que te identifiques con unos síntomas, pero no con otros, o con algunos casi siempre y con otros muy pocas veces. Conocer qué síntomas suele experimentar tu cuerpo ante la ansiedad es fundamental para que aprendas a identificarla.

 

 

¿QUÉ ES LO QUE DESENCADENA MI ANSIEDAD?

Una vez que has identificado la ansiedad y qué síntomas predominan en ti, es momento de afrontar el segundo escalón: ¿qué está desencadenando tu ansiedad? La ansiedad puede aparecer por infinidad de estímulos o situaciones, siendo esencial conocer esta información, ya que el abordaje de cada caso será diferente.

Por ejemplo, no es lo mismo sentir ansiedad ante cualquier reunión de trabajo, que sentirla solo cuando aparece un compañero en concreto. En el primer caso, posiblemente nos encontremos ante cierta ansiedad social y habrá que revisar qué creencias tiene la persona sobre este área de su vida. Sin embargo, el segundo caso no tiene por qué estar relacionado con la ansiedad social, sino más bien parece señalar a algún tema con ese compañero (expectativas, falta de límites, dificultades de comunicación, comparaciones…).

A continuación, puedes leer un listado de estímulos o situaciones que pueden desencadenar una emoción de ansiedad. ¡Quizá te ayude a continuar conociéndote!

 

¿QUÉ CAMBIOS PUEDO HACER EN MI VIDA PARA QUE MI RELACIÓN CON LA ANSIEDAD SEA MÁS SANA?

Generalmente, las personas acudimos a terapia cuando hemos tocado fondo, cuando el problema ha comenzado a afectar a demasiados aspectos de nuestra vida. Desde aquí, el trabajo es más complicado, lógicamente. Por ello, la situación ideal es buscar conocernos y saber qué mejoras necesitamos hacer en nuestras vidas, no solo para reducir las posibilidades de tocar fondo, sino para gozar de una vida lo más plena posible.

En la medida de lo posible, todos/as podemos adoptar diferentes rutinas que pueden ayudarnos a que los niveles de ansiedad (y otras emociones) no lleguen a perturbarnos. Por supuesto, esto no quiere decir ni que siempre vayamos a estar en paz, ni que sea malo tener días o periodos donde nuestro ánimo esté más inestable. Únicamente se trata de mejorar y buscar el punto de equilibrio, entendiendo que el equilibro implica que la balanza se mueva, a veces arriba y a veces abajo, hasta volver a equilibrarse.

¿Cuáles son esas rutinas?:

  • Practicar técnicas de respiración y relajación que te enseñen a utilizar tu respiración como una herramienta de gestión emocional.
  • Realizar actividad física, la que te guste, desde boxeo hasta pasear.
  • Practicar actividades que te ayuden a conectar contigo (tu cuerpo, tus emociones y tus creencias) y con el presente. Por ejemplo, yoga, meditación o mindfulness.
  • Organizar una rutina relativamente estable (dentro de lo posible), lo que facilitará la gestión de tu tiempo.
  • Establecer objetivos concretos y realistas, ya sea en el trabajo, en los estudios, en las tareas del hogar o en nuestras relaciones.
  • Dedicar un pedacito del día a una actividad agradable para ti. Las actividades agradables pueden ser muy variadas, desde quedar con tus amigos/as, hasta leer un libro o sentarte en la terraza a tomar el café.
  • Al final del día, por escrito o en tu mente, agradecer. Agradecer lo que desees del día vivido.
Por Leyre Galarraga Cristóbal ~ Psicóloga Sanitaria M-35657 ~